Hace 40 años asumía Raúl Alfonsín. No teníamos teléfonos celulares y había escuelas en las que votaban las mujeres y en otras los varones. Nosotros, casi adolescentes, estábamos aprendiendo. Recuerdo entrar al cuarto oscuro con mi viejo y mi hermano. El presidente de mesa nos había dejado pasar a los menores y aprendíamos lo que era votar, lo que tanto nos intrigaba sin entender por qué no había sido así siempre. Algo que para todas y todos aquellas/os que ahora tienen 40 años y un poquito más es natural. Nos alegramos y festejamos la llegada de un nuevo presidente elegido por el pueblo y, con mucha esperanza, comenzamos un proceso de aprendizaje y de construcción social, consolidando la democracia y la paz que nos permitió crecer como sociedad.
La ciencia sería una protagonista importantísima de la historia y ayudó a consolidar la paz, que sin justicia no se lograría jamás. Las Abuelas de Plaza de Mayo se contactaron con un científico argentino, Victor Penchaszadeh, porque habían escuchado que a partir de un análisis de sangre se podía determinar la paternidad de alguien con mucha certeza y se preguntaban si podrían identificar con ese tipo de estudios a sus nietos, que les fueron arrebatados por personas sin alma desde el vientre de sus hijas embarazadas, luego detenidas y después desaparecidas, para negarles sistemáticamente su identidad.
¿Quién hubiera podido imaginar en la década del 70 que 15 años después podríamos determinar sin lugar a dudas la identidad de un nieto o nieta? ¿O que de un diente o de un pedacito de hueso se iba a poder identificar a una persona secuestrada y luego desaparecida con el 99,99% de seguridad gracias a los análisis de ADN? Los límites de la ciencia y de la determinación humana son impredecibles.
Cambiamos. Vivimos en una sociedad diferente: las mujeres conquistaron derechos que se les negaba. El sistema Científico Tecnológico Argentino también maduró y creció y las diferentes instituciones que llevan a cabo las tareas de investigar desde el Estado, entre ellas el Conicet, comenzaron a dar cada vez más importancia a la transferencia de los conocimientos que se generan día a día en los laboratorios de todo el país a la sociedad.
Además de los estudios de investigación básicos, ahora, para el Conicet la transferencia de tecnología, el desarrollo de nuevas patentes inventivas y la promoción de la creación de nuevas empresas de base tecnológica son primordiales y fomentadas por las decisiones políticas que se tomaron y se toman día a día puertas adentro y coordinando con los entes gubernamentales. Esas patentes y empresas basadas en el conocimiento argentino genuino, en pocos años, si la ciencia y el desarrollo tecnológico continúan siendo una política de Estado, reemplazarán la matriz productiva de nuestro país para no depender de las inclemencias del medio ambiente.
El cambio climático nos golpea, sufrimos sequías catastróficas y grandes inundaciones que diezman la producción primaria de la nación, afectando la exportación de granos y materia prima, de la que dependemos en gran medida. Estamos en un momento clave, en el que la inversión en el sistema científico debe ser asegurada y permanente en el tiempo para continuar alimentando los frutos que están madurando y se están desarrollando.
Si esa plantita deja de crecer vamos a retroceder en el tiempo. Una plantita que se seca puede no volver a brotar y tendremos que sembrar una nueva. Falta poco, podemos tener una economía basada en el conocimiento y en la exportación de productos tecnológicos de alto valor agregado. Actualmente el Conicet es la mejor institución gubernamental de ciencia y la que mayor impacto social tiene en Latinoamérica, según el ranking Scimago. Esos logros no ocurren de un día para otro. Sigamos creciendo y cambiemos para ser mejores. ¡Felices 40 años de democracia!